Eusebio «El Negro» Guiñez: un rivadaviense en Londres

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El héroe de la maratón olímpica de Londres, un 7 de agosto. Aquí, Gustavo Capone vuelve a traer al presente hechos de un pasado que no todos recuerdan: el caso de Eusebio Guiñez.

Muchos recordaran ese histórico día sábado porque Delfo «el indio» Cabrera cruzó triunfante la meta olímpica en el mítico Estadio de Wembley ante la impávida mirada de los 90.000 espectadores que observaban como el oriundo de Armstrong, un pequeño pueblito de Santa Fe, arrebataba sobre el final de los 42 kilómetros, el triunfo al campeón mundial belga, Etienne Gailly, otorgando la medalla de oro en maratón a la Argentina. Se repetía aquella hazaña del «ñandú criollo» Juan Carlos Zabala en la maratón olímpica de Los Ángeles de 1932. Vaya casualidad también un 7 de agosto.

En punta, Eusebio Guiñez.

A tal punto fue sorpresivo el triunfo argentino en Londres que cuando Cabrera fue presentado al público, el cartel electrónico del estadio británico dejaba leer en su pantalla gigante, el apellido de nuestro compatriota como «COBRERA». En realidad, la figura del equipo argentino era el galardonado bahiense Armando Sensini, noveno en dicha maratón.

«No estoy entre los favoritos, pero me tengo mucha fe», le escribió en los días previos a su esposa Rosa. «Yo también te tengo mucha fe, mi rubio», respondieron desde Mendoza. «Mira vos, la Rosita, me quiere tanto que hasta me nota rubio»; repetía sonriendo «el negro» Guiñez. Simpático y sociable, características que cultivó siendo también actor en el elenco municipal de teatro de Rivadavia en sus tiempos adolescentes.

Pero a fuerza de ser sincero, no estar entre los favoritos tenía cierto asidero. Competían en esa maratón nueve campeones del mundo: el coreano Yun Chi Choi, el belga Gailly, el chino Wen- Ngau Lou, el francés Josset, el sueco Oestling, los finlandeses Hietanen y Kurikkaka, el británico Richard y el sudafricano Luyt. Un verdadero «dream team» de los fondistas.

El peón frente a la reina

Así fue entonces. La hora prevista de largada era a las 15. Fueron 41 atletas los inscriptos. Entre ellos, tres argentinos. Los dos ya nombrados: Delfo, el gran campeón y Armando Sensini. El tercer argentino, un rivadaviense: Eusebio Crispin Guiñez. «El peón en la estratégica carrera». Llegó 5°, haciendo historia. Su número de carrera fue el 234. Su tiempo para los 42.195 Km.: 2:36:36.

Ese día la bandera argentina flameó en lo más alto del mismísimo Wembley (actualmente renovado), centro simbólico del corazón inglés, ante la mirada de la monarquía británica, mientras que el himno argentino fue honrado por todo el mundo deportivo. Y un rivadaviense, oriundo de Mundo Nuevo, «El Negro» Guiñez, fue testigo, artífice y protagonista directo de uno de los mayores logros deportivos argentinos de todos los tiempos.

Francisco Mura, el entrenador del equipo argentino (entrenador personal de Cabrera en el atletismo del Club San Lorenzo de Almagro) fue claro con «el Negro»: «Eusebio, usted es el peón. Vaya adelante. Haga el sacrificio. Marque el ritmo de carrera. Es seguro que los chinos y los europeos lo van a seguir. Sensini al medio y Cabrera que corra de atrás. Delfo, usted apura en los últimos 4 kilómetros, que Guiñez lo va aguantar».

Eusebio se despojó del individualismo y mostró su espíritu de equipo. Lideró la carrera en el arranque hasta que fue sobrepasado por el belga Éttiene Gailly. Ese día lució un pintoresco gorrito blanco, como cábala, similar al de Juan Carlos Zabala en Los Ángeles. Sobre los 37 kilómetros tuvo una pérdida de bilis por el esfuerzo realizado, y el reconocido ciclista Remigio Saavedra que venía atrás, le tiró una esponja con agua que le ayudó a recuperarse. Ya había superado en el recorrido los tradicionales barrios londinenses de Barn Hill, Kingsbury Cross Roads, Cannon Park y el Puente Radlet.

«Métele Indio»

Y así, luego del heroico desgaste en medio de la típica humedad del verano inglés, el hombre del sacrificio argentino, cuando faltaban 2 kilómetros le gritó a Delfo Cabrera que venía a paso firme: «Indio no te vayas a caer por favor, métele vos que ganas. Métele». Y Cabrera como si recibiera un mandato divino, levantó su pulgar derecho, guiñó un ojo y aceleró el ritmo tornándose inalcanzable. «Es como si hubiera ganado yo»; declaró posteriormente Guiñez.

Como ironía del destino, y recién cruzada la meta, el rivadaviense, exhibió como «trofeo de guerra» luego de sacarse las humildes zapatillas con las que corría, que por el esfuerzo realizado había perdido seis uñas.

El barco como pista de entrenamiento

Y como para poner más en valor el logro, diremos que desde que tomaron un barco en el puerto de Buenos Aires pasaron 25 días hasta llegar a Londres. Viajaron en tercera clase. Guiñez tenía por ese entonces 42 años. Se había iniciado en este apasionante mundo de las carreras con 24 años invitado por Pedro Cabrera y Eduardo Giúdice, quienes lo tentaron a intervenir en una maratón de 12 kilómetros entre el centro mendocino y El Challao. No estaba muy convencido, por ese entonces el fútbol tiraba más. Pero afortunadamente el destino marcó otra ruta.

Cuentan las crónicas que aquel viaje a bordo del barco tuvo al rivadaviense como protagonista. Guiñez era un personaje. Todas las mañanas y desde muy temprano, era el primero que empezaba a correr por la cubierta del barco, despertando a los integrantes de la delegación argentina de todas sus disciplinas deportiva. «Vamos muchachos, hay que moverse, no podemos hacer papelones»; gritaba mientras golpeaba la puerta de los camarotes.

Guiñez, de buena cepa

Hijo de un hogar humilde. Pero de trabajo. De niño a la cosecha. Había que ayudar a la familia. En otoño e invierno: «podar», «atar», «desorillar» y todas las tareas culturales del ciclo de la vid. De grandecito bombero voluntario. Habíamos dicho también actor. Futbolista. Empleado ferroviario. Verdulero. Atleta.

Pero volviendo sobre aquellas humildes zapatillas, también según algunos testimonios, en toda la etapa final de la preparación ocupó solo dos pares. Aclaremos también que tres días antes de aquel inolvidable 7 de agosto, Guiñez corrió la prueba de 10.000 metros llanos, distancia de la cual era campeón argentino y sudamericano. Pero también registraba triunfos internacionales. Como en Roma, cuando de premio recibió una bicicleta.

«Estas zapatillas son un lujo. Estoy agradecido. En mi casa cada hermano tenía un solo par de alpargatas que tenía que durar de cosecha a cosecha». Ese era Guiñez.

Un pasaporte bien mendocino

Entre sus pocas cosas que llevaba en ese viaje a Londres, iba también una «damajuanita» de vino mendocino: «Imagínense lo que es comer tallarines con un vasito de agua»; recordaba en medio de charlas de amigos, haciendo gala permanente de su buen humor. «Siempre llevo vino, una copita hace bien a la salud». Cuánta razón tenía. Corrió maratones hasta casi entrado los 80 años. Murió en Godoy Cruz. Su «Don de gente» lo acompañó siempre. Y en eso también siempre ocupó el podio. El podio de los inolvidables. En su Rivadavia natal una orgullosa entidad atlética honra su distinguido nombre. La querida «Agrupación Maestro Eusebio Guiñez» – «AMEG». Con nombre y apelativo: «Maestro».

Por Gustavo Capone

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